Quizá en un futuro los niños aprenderán a escribir deletreando con los pulgares. La tecnología ha cambiado nuestra manera de trabajar, el tiempo de ocio y por supuesto, de aprender.
Para empezar, ya son distintos aquello que las abuelas llamaban "los buenos modales." La tecnología ha revolucionado las relaciones sociales y con ellas, nuestros códigos de conducta. Parece que ahora es perfectamente correcto tomar las llamadas telefónicas -todas - en una reunión o en un almuerzo dejando a los participantes en "pause" hasta que el propietario del celular decida. ¡Hay quien lo hace en medio de una entrevista de trabajo! Tampoco es necesario pretender que se escucha a un conferenciante, se puede mandar mensajitos y abstraerse, quedando claro al orador que sus palabras son soporíferas. Y los sermones de la misa son más cortos con una pantalla en la mano.
¿Privacidad? Se despacha por el celular cualquier asunto, dejando al involuntario oyente con las ganas de saber cómo acabó la bronca del vecino de mesa (o con ganas de estrangularlo si además grita).
La razón de las normas de cortesía es la deferencia, el respeto hacia el otro. Ese es el fundamento que ahora se obvia. Ahora rige el "si tengo un aparato es para usarlo, ¿no?" Pues sí... pero no.
Lo que no está tan claro es que con el pretexto de tenernos siempre comunicados, la tecnología no termine por alejarnos. ¿Es siempre más importante, urgente, interesante, lo que pasa en otro lado?
De Diario Libre
IAizpun@diariolibre.com
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